domingo, 24 de abril de 2016

Carta a Alejandro

LAURA VÁZQUEZ GONZÁLEZ
Quen te quere
nunca debe pecharche a boca
 
      Hola, Alejandro:
 
     Dicen que uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Supongo que por eso me sigues pidiendo que te perdone.


      Ya ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos, pero, como no me solías dejar hablar, creo que este es el mejor momento para explicarte cómo me sentía cuando estábamos juntos.
Éramos niños, nos gustaba pensar que lo nuestro duraría para siempre y nos prometíamos infinitos más grandes que los besos que nos dábamos a escondidas bajo una farola que apenas alumbraba.  Nos enfadábamos por tonterías y, a los dos segundos, ya estábamos abrazados de nuevo. Todas mis amigas buscaban sentir lo que yo sentía cuando estaba contigo, pero eso no se busca, eso se encuentra. Y yo, por suerte o por desgracia, te encontré. Por suerte, porque me enseñaste a sentir lo que era querer a alguien de verdad y, por desgracia, porque, gracias a ti, aprendí lo que era el dolor y la impotencia.
 
      Eras un chico sensible y cariñoso. Me mirabas el móvil y me regañabas porque pasaba más tiempo con mis amigas que contigo, todo para protegerme.  O eso pensaba, hasta que me di cuenta de que tan solo era una obsesión por saber lo que hacía, un control “incontrolable”.
 
     Sabías perfectamente lo que me gustaba la sensación de libertad, y de repente, me encerraste en una jaula y te llevaste la llave. Pero lo peor de todo es que me hacías sentir culpable. Y me sentí culpable durante tres largos inviernos. El frío ya era parte de mí, y como no quería morir congelada, me fui.
    
      Eras como el clavo de Rosalía, el hierro de Bécquer y la espina de Machado. Me dolías y, como no aguantaba más, tiré y te saqué de mí. Sin embargo, yo no sentí un vacío, ni te eché de menos, ni mucho menos quise volver a sentir ese suplicio. Encontré la llave, abrí la jaula y salí volando.
Por todo esto entendí que yo no podía ser la mujer de tu vida, porque ya soy la mujer de la mía.
                                           
     P.D.: No, no te perdono.