sábado, 21 de abril de 2018

El punto de vista de un trapo verde

SAMUEL LÓPEZ LEGASPI
     
   Hola a todos. Mi nombre es Pancho. Hace no mucho tiempo, en mi decimoctavo cumpleaños, pude salir por fin de casa. Era todo tan bonito cuando me sacaron de la bolsa... Un montón de jóvenes estaban mirándome mientras Claudio les contaba cosas sobre mi dueño y camarada, José Ángel Valente. Vi tan interesados a aquellos  muchachos que decidí lanzarme yo también y explicar alguna que otra cosa sobre mi querido compañero.

   Para empezar,  José Ángel Valente nace en Ourense el 25 de Abril de 1929, criado entre mujeres, especialmente  por su tía Lucila, figura matriarcal de la casa, ya que su madre, al ser tan joven, era considerada una hermana mayor. Valente quería mucho a Lucila, tanto era el cariño, que llegaban a dormir juntos, según lo que me contaba algunas noches antes de dormir. Gracias a ella, afloró en mi poseedor un fuerte pensamiento feminista, adorando la figura de la mujer. Mi gran amigo vivió la Guerra Civil y el arresto de su padre hizo que en su interior surgieran ideas antimilitaristas que expresó en el poema “El hombre pequeñito”,  poema que me leyó varias veces con el que aprendí  muchos valores, de los humanos, y que creo determinadas personas deberían conocer y aplicar.

   Valente era un gran estudiante. Empezó a estudiar Derecho en la USC en Galicia, pero acabó licenciándose de esta misma carrera en la Universidad Complutense de Madrid, y además se licenció en Filología Románica en esta universidad. Después empezó a dar clase en la Universidad de Oxford y más tarde se va a Ginebra, donde nos encontramos y me bautizó con mi maravilloso nombre, Pancho. Me acuerdo de ese momento, no lo sé muy bien, porque soy un muñeco, pero en ese momento algo en mi interior de algodón se revolvió, creo que los humanos lo llamáis felicidad. Allí en Ginebra consiguió hacerse traductor de la ONU gracias a su poliglotismo. Él manejaba muchos idiomas:  francés, griego, portugués… Me acuerdo que intenté aprender portugués, mientras él no estaba en casa, leyendo algunos de los papeles que guardaba, pero no lo conseguí. Nunca supe cómo podía hablar tantas lenguas. Después nos fuimos a París y Valente empezó a trabajar en la UNESCO. Pero todos los humanos se hacen mayores, y mi dueño no es muñeco como yo. Aun así no perdió el ritmo y vivimos entre Almería, llena de luz, y Ginebra, ganando un montón de premios. Su vida terminó en el año 2000 en Ginebra y, aunque no entiendo de emociones, creo que ese día sentí una profunda tristeza. Sus obras  son numerosas y, desde mi punto de vista, después de leerlas tantas veces, interesantes y bonitas. Incluso me dedicó un poema a mí después de haber hablado una noche en la que casi me da un ataque de ansiedad de esos que tengo.
  
   Siempre defendió sus ideas y eso le llevó ante un juzgado de guerra. Si queréis saber por qué, leed “El uniforme del General”. Valente se inspiraba en la mística y en un señor llamado San Juan de la Cruz a la hora de escribir su obra. También conoció a mucha gente a lo largo de su vida que fueron fuente de inspiración para él: sus dos mujeres, sus hijos, que, por desgracia, murieron prematuramente por diversos factores, como esa basura que toman algunos humanos. Me parece que se llaman drogas. Y además conoció a otras personas que le apoyaron y siguieron siendo fuente de inspiración como a Claudio Rodríguez Fer o a la mismísima María Zambrano. Incluso me presentó a la hermosa Pili, con la que ahora tengo una relación bastante estable.

   Podría hablar de José Ángel Valente como si de telas se tratase y, aunque mis hermanos están repartidos por el mundo y todos hemos salido de esa fábrica china, mi amigo, el que estuvo ahí durante mis ataques de ansiedad, hablando y soñando conmigo, ya forma parte de mi familia. Pero sigo sin saber si yo encontré a Valente o él me encontró a mí.