viernes, 15 de enero de 2016

Nota para Mario

LAURA VÁZQUEZ GONZÁLEZ

          Abrí los ojos y miré hacia la ventana del salón. Otro amanecer más que contemplaba desde el sofá. La verdad no me importaba, a Mario siempre le había gustado dormir solo. Me levanté, me quité la ropa y me fui a duchar, intentando hacer el mínimo ruido posible para no despertarlo. Justo aquel día decidí ponerme el jersey gris de cuello alto que tanto le gustaba. Volví al baño, me miré en el espejo (aunque siempre me incomodaba hacerlo) y me peiné. Abrí el neceser, cogí la crema de color arena y me maquillé los moratones que me rodeaban el ojo y la esquina del labio. Recordé que la próxima vez le pondría más sal al pollo. 

          Cerré con cuidado la puerta de casa y me fui al trabajo. Todo estaba como siempre: en silencio. Los bares estaban abriendo sus puertas, y lo único que se veía en la calle era algún que otro madrugador que se animaba a disfrutar el día desde primera hora. Crucé la esquina y vi que toda la calle se encontraba llena de personas con máscaras blancas, unas vestidas de negro, otras de colores. Pasé por su lado y observé que algunas estaban atadas con lazos violetas. Me acerqué un poco y descubrí que en su ropa había pegados varios carteles.

     Cuando me disponía a leer uno de ellos, una melodía comenzó a sonar. Era lenta, triste, melancólica. Empecé a leer los de la gente que vestía ropa oscura: “Voy a salir con mis amigas.”, “Quiero ser veterinario”, “¿Me queda bien este vestido?”; luego, las respuestas de los que iban de colores y estaban prendidos a ellos: “Pasa para la cocina.”, “¿Tú? ¿Estudiar?”, “A ti no te queda bien nada.”. Parecía como si el mismo Mario las hubiese escrito.
     
       De repente, la música cambió totalmente. Ahora era dinámica, alegre, motivadora. Los de negro se quitaron las máscaras cabreados, liberados. A continuación hicieron lo mismo con las caretas de sus parejas, y rompieron los carteles que contenían mensajes despectivos. Deshicieron el nudo del lazo que los unía y salieron del grupo. No me creía lo que estaba pasando, se dirigían hacia mí. Me asusté, pensaba que me iban a hacer daño. Sin embargo, una chica dio un paso al frente, acercándose más, y me preguntó: “¿Por qué  crees que ocurre?”. Un muchacho, serio, dijo: “¿En serio piensas que la culpa la tienes tú?”. Otra joven más cuestionó: “¿Qué haces al respecto? ¿Intentas evitarlo?”. No entendía nada de lo que estaba pasando. Iba a salir corriendo cuando, de repente, alguien me agarró la mano. Era el chico que me había hablado antes. Me puse nerviosa, Mario se iba a enfadar mucho si me veía con él. Lo miré atemorizada, sonrió y dijo “No tengas miedo y haz lo que te gusta, no lo que se le antoje a él; ponte esa camiseta de tirantes que te mueres por usar, no el jersey que tapa las inseguridades que han crecido dentro de ti; no llores a escondidas y sonrías en público. Sé feliz de verdad. Por la mañana, por la noche, por la vida.”.
     
       Todos se pusieron a mi alrededor, me abrazaron, y algo dentro de mí empezó a crecer. No sé lo que fue, pero me hizo volver a nacer. Cerré los ojos, y lo sentí de nuevo, todavía con más intensidad. En ese preciso momento, abrí los ojos de nuevo, pero ya no estaba allí.
 
       Me levanté en la misma sala en la que lo había hecho esa misma mañana, pero ya nada era igual. Yo no era la misma, ya no. Cogí una maleta, metí toda mi ropa en ella y la cerré. Busqué un papel y un bolígrafo y comencé a escribir: “Querido Mario, la sal para el pollo está en el segundo cajón del mueble blanco. De nada.”.  

      Antes de salir me miré en el espejo, pero esta vez, sonriendo. Sin importarme a quién pudiese despertar, cerré la puerta de un golpe, abriendo de esa manera, otra más nueva y esperanzadora. Se había acabado el ir aferrada a él, las máscaras, los carteles, la música triste. Ahora yo era la autora de mi propia melodía.

(Relato inspirado en las preguntas "¿Por qué ocurre? ¿Qué culpa tienes tú? ¿Qué haces para evitarlo" con motivo del Día Internacional contra la Violencia de Género)