lunes, 14 de noviembre de 2016

Fin de un ciclo: Leonard Cohen y Francisco Nieva


Hay un resplandor de luz
en cada palabra.
No importa la que hayas oído.
La sagrada o la rota. Aleluya.
 
Leonard Cohen 


     El pasado viernes, 11 de noviembre, dos grandes seres cerraron un ciclo: el poeta y cantautor, Premio Príncipe de Asturias de las Letras de 2011, Leonard Cohen y el dramaturgo, Premio Príncipe de Asturias de las Letras de 1992, Francisco Nieva. Curioso. Dos Premios Príncipe.

     Confieso que he necesitado un tiempo para homenajearlos. Hay punzadas que no deseas afrontar. El dolor por la pérdida de alguien que no has conocido personalmente no deja de causarte perplejidad. Sin embargo, sería una deslealtad e hipocresía negar el desgarro emocional  que se escribe en tu alma. Hay autores/as que forman parte de tu esencia, que llevas impresos en tu ADN y no sabes en qué momento han decidido ocupar tu recinto. A Cohen le ocurrió Lorca con quince años, cuando encontró un ejemplar de Diván del Tamarit en una librería de Montreal. Desde ese momento empezó a ser Cohen. La poesía del poeta granadino lo sacudió de su letargo y el cantautor halló en sus versos el aullido ronco, como su voz, de la poesía que libera, desata, enaltece, sacude, estremece, apasiona, seduce... Diván de Tamarit cayó en mis manos cuando visité la casa del poeta andaluz en su pueblo natal, Fuentevaqueros. Él también visitó la casa del poeta. Tocó su piano (quizás furtivamente como hice yo), brindó con el agua de su pozo e hizo yoga bajo su retrato. Palabras, sonidos, olores, emociones...¡cuánto compartido!

     La pasión de Cohen por el poeta andaluz fue tal que puso el nombre Lorca a su hija. Una de las canciones más hermosas del cantautor canadiense es una versión que hizo del "Vals vienés" de García Lorca. Las modificaciones son mínimas.

     Gracias, Cohen. Gracias, Nieva. Vuestra obra permanece en nosotros.




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