“A los trece años rompí mi cerdito y me fui de putas”. Así da comienzo la obra de Éric-Emmanuel Schmitt, El señor Ibrahim y las flores del Corán, y con su lectura di hoy comienzo mis clases. Al estupor reflejado en los ojos del alumnado siguió una sonora carcajada; sin embargo, pronto entendieron que nada se debe juzgar por su apariencia externa ¿Por qué merecía mencionarse hoy esta obra? Los terribles atentados yihadistas contra la libertad de expresión en el país pregonero del lema “Liberté, égalité, fraternité, ou la mort! (¡Libertad, igualdad, fraternidad o la muerte!)” han puesto una vez más sobre la mesa el debate de la compatibilidad del islam y occidente.
Esta obra se desarrolla precisamente en el París de los años 60. Un joven judío de trece años se hace amigo de un viejo tendero árabe de la calle Bleu (azul). Frente a los prejuicios iniciales del muchacho hacia su vecino, asistimos a su profunda transformación y a la reconciliación del joven consigo mismo y su entorno. Es una obra llena de ternura y lirismo que invita al perdón, al vitalismo y a la conciliación de posturas. Frente a frases descarnadas como la inicial, hallamos otras con imágenes visuales sorprendentes: “Al Sena le encantan los puentes. Es como una mujer a la que le chiflan las pulseras”. Ibrahim enseña a Momó una forma simple de interpretar la realidad y a afinar su percepción del mundo: “Cuando quieras saber si estás en un sitio de ricos o de pobres, mira las papeleras. Si no ves ni basura ni papeleras, es que son muy ricos. Si ves papeleras y no hay basura, es que son ricos. Si ves basura al lado de las papeleras, es que nos son ni ricos ni pobres: es que es turístico. Si ves basura y no hay papeleras, es que son pobres. Y si la gente vive entre la basura, es que son muy, muy pobres”. Con el giro derviche le muestra cómo vaciarse de su odio y con frases lapidarias le va transmitiendo el verdadero sentido de la vida: “El secreto de la felicidad está en el andar despacio, en hacer las cosas lentamente.” “Sólo lo que das es verdaderamente tuyo” y “en cualquier lugar hay belleza, si observas bien”.
Como veis, una obra de lectura imprescindible, un soplo de lucidez en un momento en el que el mundo sufre más que nunca a causa de los fanatismos.
Esta obra se desarrolla precisamente en el París de los años 60. Un joven judío de trece años se hace amigo de un viejo tendero árabe de la calle Bleu (azul). Frente a los prejuicios iniciales del muchacho hacia su vecino, asistimos a su profunda transformación y a la reconciliación del joven consigo mismo y su entorno. Es una obra llena de ternura y lirismo que invita al perdón, al vitalismo y a la conciliación de posturas. Frente a frases descarnadas como la inicial, hallamos otras con imágenes visuales sorprendentes: “Al Sena le encantan los puentes. Es como una mujer a la que le chiflan las pulseras”. Ibrahim enseña a Momó una forma simple de interpretar la realidad y a afinar su percepción del mundo: “Cuando quieras saber si estás en un sitio de ricos o de pobres, mira las papeleras. Si no ves ni basura ni papeleras, es que son muy ricos. Si ves papeleras y no hay basura, es que son ricos. Si ves basura al lado de las papeleras, es que nos son ni ricos ni pobres: es que es turístico. Si ves basura y no hay papeleras, es que son pobres. Y si la gente vive entre la basura, es que son muy, muy pobres”. Con el giro derviche le muestra cómo vaciarse de su odio y con frases lapidarias le va transmitiendo el verdadero sentido de la vida: “El secreto de la felicidad está en el andar despacio, en hacer las cosas lentamente.” “Sólo lo que das es verdaderamente tuyo” y “en cualquier lugar hay belleza, si observas bien”.
Como veis, una obra de lectura imprescindible, un soplo de lucidez en un momento en el que el mundo sufre más que nunca a causa de los fanatismos.
La obra fue llevada al cine con gran éxito. Dirigida por François Dupeyron y protagonizada por Omar Sharif y Pierre Boulanger.